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Radio juvenil en Bogotá, 1963-2004
¿Una historia fragmentada?
Primera parte
Andrés Ospina

1954-1970

Estudio 15. Primera incursión multimediática: radio, disquera,  discoteca.Es a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando el concepto de juventud comienza a preocupar a los poderosos de la industria y el comercio, en particular dentro del contexto norteamericano. Hasta entonces, niños y niñas pasaban a convertirse en hombres y mujeres, de la noche a la mañana, sin lapso transicional de ninguna especie y sin mayores consideraciones intermedias ni miramientos de índole alguna.

En Estados Unidos, la posguerra y las condiciones económicas subyacentes traen consigo la necesidad de generar nuevos espacios de mercado. La televisión prorrumpía como nuevo medio por excelencia a la vez que revolucionarios patrones de conducta y consumo se inoculaban en nuevos grupos objetivo. Los adolescentes, terreno hasta entonces inexplorado, se convertirían en adelante en una obsesión para la industria cultural. La radio, en procura de mantener una necesaria vigencia y un nivel de competitividad aceptable ante medios más novedosos, haría lo propio con el objeto de capturar a este “nuevo público”. El rock’n’roll, con Elvis Presley como uno de sus más granados representantes, sería una demostración de cómo, lo que de entrada podía surgir como un grito de rebeldía contra la sociedad adulta, tendía a transformarse con el tiempo en el más dócil y rentable hijo del sistema. Cantantes como Frankie Avalon, Fabian o Neil Sedaka y, un poco más adelante The Monkees y The Archies, son prueba viva de tal aseveración.

El papel de la radio en esa masificación del innovador movimiento musical quedó manifiesta gracias a la labor de personajes como Alan Freed, famoso lanzadiscos de los cincuenta, quien desde los micrófonos de radioestaciones como WINS consiguió aglutinar a numerosos grupos de adolescentes en diversos ceremoniales rítmicos. La mayoría de éstos culminaba en desordenadas jacarandas y actos vandálicos sin precedentes, algo que, como es de suponer, suscitaría gran zozobra dentro del gremio de padres de familia, maestros, miembros de la fuerza pública y el gobierno. Freed sería por cierto, protagonista del primer gran escándalo de corrupción radial en el que la llamada “música joven” se vería envuelta. Era la renombrada Payola, cuando se le acusaría de dar rotación privilegiada a ciertos temas a cambio de remuneraciones adicionales de las casas disqueras, con lo que quedaba claro el inmenso poder de manipulación de las predilecciones populares que desde la radio podía ejercerse.

Las clases altas colombianas vivirían su propio remedo de rebelión. Hacia 1954 se lanzaba el que con los años llegaría a ser recordado como uno de los primeros éxitos de Rock’n’Roll. Rock around the clock, de Bill Halley and The Comets, y que sería gracias a los buenos oficios de Carlos Pinzón, famoso hombre de radio, a través del programa de radio Monitor, transmitido por la emisora Nuevo Mundo de Caracol. Días después, la película "Al compás del rejoj" se estrenaría en el teatro El Cid de Bogotá, inaugurando de paso las en adelante infaltables hordas de energúmenos destructores de butacas y demás indumentos cineastas, a la fecha aún activos.

Otro pionero fue Jimmy Raisbeck, decano de los Disk Jockeys en Colombia, quien a principios de los sesenta lanzaba discos de rock’n’roll a través de un programa nocturno en Radio Continental, programa en el que curiosamente colaboraba como operador de audio el mismísimo Alfonso Lizarazo, a la sazón un mozalbete oriundo de Santander.

De esta manera y pese a la fragilidad de la infraestructura generada en torno a la comercialización y divulgación del rock’n’roll en la Colombia de los sesenta, surgen valientes intentos por producir una radio en donde la juventud tuviese cabida. Es éste, por ejemplo, el caso de Radio 15 de Caracol, emisora ubicada entonces en los 1310 Khz del AM. El concepto, tal como su nombre lo indica, era el de reunir a los llamados “teenagers” en torno a un receptor de radio -de ahí el número 15, en una estación radial joven, al parecer, la primera de su especie en el país.

El proyecto, lejos de haber sido montado tras complejos estudios de mercadeo o análisis de sintonía obedeció a la intuición y el olfato comercial de sus gestores, Alfonso Lizarazo. Diego Fernando Londoño y el músico y locutor Edgar Restrepo Caro entre ellos. Luego vendría El Club del Clan, (reconstrucción idéntica de un programa argentino del mismo nombre), un espectáculo radial transmitido por Radio 15 y más tarde por el entonces único canal de televisión Tele-Bogotá, denominado por algunos con algo de sorna “Teletigre”. Es curioso el carácter multimediático que alcanzaría la radio en ese entonces. Radio 15, por ejemplo, fue –sin exagerar- discoteca, radioestación y a la vez sello disquero.

 




Así, contrario a lo que con frecuencia y categórica ignorancia suele afirmarse, la historia del rock y la radio joven colombiana no es tan joven como parece –al menos cronológicamente hablando-. Después de todo ya han pasado cerca de cuarenta años desde la aparición de los primeros atisbos discográficos nacionales en ese sentido, y casi cincuenta desde sus primeras incursiones en las ondas hertzianas.

La paradoja está en que la única constante de dicha historia es su intermitencia y su amnesia recurrentes, haciéndola, por tanto, una crónica de hechos aislados y poco conocidos. Jóvenes, rock, inconformismo, escándalo y drogas son conceptos que, por causa de la desinformación frecuente y a veces deliberada de sus detractores, suelen combinarse en una orgiástica, inexistente e indiscriminada mezcla. Porque además de los jóvenes de clase media alta residentes en sectores como Sears, La Soledad o Palermo, estaban los inmigrantes campesinos engrosando involuntaria y forzosamente las filas de la pobreza bogotana y ubicándose en Las Cruces, San Cristóbal, Engativá, Las Ferias o La Estrada.

El club del clan también disponía de una página completa en el periódico, una revista exclusiva y un programa de televisión.El rock ‘n roll’ nos vendría entonces –por rebote- de los territorios gaucho y azteca. Mucho se les debe a bandas como Los Daro Boys o los Daro Jets, por allá en 1963, ambas pioneras del Twist en Colombia. Tras ellos llegarían Los Danger Twist, Los Speakers, Los Flippers, Los Streaks, Los Wallflower Complextion, Los Yetis, Los Young Beats, Los Ampex y los Beatnicks, entre otros. Curioso es que la abrumadora mayoría de estos conjuntos apelara a la lengua inglesa a la hora de buscarse un nombre.

Al comenzar dedicados al surfing y el go-go, algunos incursionarían después con fortuna en la psicodelia, y más adelante en el campo progresivo. Otro tanto se diluiría en el tiempo. El otro restante cambiaría las guitarras eléctricas por los ritmos tropicales: el caso, por ejemplo de Gustavo Quintero y Los Graduados, agrupación cuya indumentaria a las claras imitaba la de las bandas beat de moda pero cuya música estaba más cerca de la parranda tropical que del sonido del Mersey. A contrapelo estaban los artistas llamados suaves, hoy injustos adalides de la cultura de los sesenta, Oscar Golden, Vicky, Lyda Zamora y otros.

Mientras en los barrios populares se formaban pandillas de sonoros nombres como Los Villanos, Los Yanquis o Los Golden Eagles, los adolescentes de clase alta derrochaban el combustible de sus vehículos último modelo en las famosas carreras go-go, en las inmediaciones de la entonces despoblada calle 116.

De nuevo la violencia hacía su aparición. A la salida de un festival organizado por Radio 15 “un grupo de cerca de cien jóvenes se tomó las calles del centro de Bogotá, asaltó un camión de gaseosa, rompió vidrios de los buses, volcó recipientes de basura y corrió de calle en calle mientras la policía lo perseguía”

Sorprende el sospechosamente amplio interés de las disqueras en prensar los trabajos de las nuevas bandas criollas. Viene el hippismo, los movimientos estudiantiles, lugares memorables como La Bomba, El Diábolo o La Píldora, las comunas de La Miel, los almacenes de la calle 60 en Bogotá, el nadaísmo, giras musicales patrocinadas por la empresa privada como el Milo a Go-go, el festival de Ancón en Antioquia, conciertos en Silvia (Cauca), algo así como unos Woodstocks o Monterrey Pop Festivals a lo criollo. Ninguno de estos acontecimientos tuvo, como se verá, solución de continuidad alguna. Prueba de ello es que en la década siguiente la producción discográfica disminuiría en forma notable hasta llegar a un virtual letargo por inanición, que se prolongaría hasta finales de los ochenta. Los pocos sencillos, ep’s y larga duraciones sobrevivientes de este período son hoy piezas incunables, fuera del alcance del público común.

De entonces nos quedan uno que otro disco qué recordar, conciertos masivos y la memoria falaz de quienes afirman haber vivido tal época a plenitud, al mismo tiempo que incurren en toda suerte de imperdonables despropósitos y errores al respecto. Muchos de ellos son nostálgicos desinformados, otros ejecutivos exitosos y arrepentidos, otros, deambulantes consumidos por la droga o el alcohol, y los más afortunados, defensores a ultranza de la llamada “década prodigiosa”. Algunos de los mejores talentos emigraron en busca de más fértiles espacios para el desarrollo de su arte. Otros dedicaron sus vidas al servicio de la música publicitaria, música que por supuesto da fe de su indudable talento. Otros han muerto o han desaparecido en el camino. Poco o nada saben los jóvenes de hoy acerca de estos pioneros del rock nacional, un desconocimiento que pone en evidencia uno de nuestros más grandes vacíos en cuanto a cultura contemporánea se refiere y la amnesia colectiva que nos aflige desde siempre.

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*Andrés Ospina es codirector y cofundador de La Silla Eléctrica. La cerveza, The Beatles, la radio y Bogotá se encuentran entre sus mayores intereses.

 
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