ANECDOTARIO
Anecdotario: libros y letras en el Quindío aprincipios del siglo XX Andrés Ospina
Entre 1900 y 1930, —lapso considerado por muchos como el de mayor estabilidad en la historia de Colombia—, el Quindío consigue establecerse como uno de los centros de la economía cafetera en el país y alcanza cierto grado relativo de desarrollo funcional. Pero tal vez no sea éste el único, ni el más importante patrimonio de la región de entonces. Notorios grupos de los más sonados escritores de la región, salen a la luz pública o inician su proceso de formación dentro de este periodo. La producción de literatura es significativa y prolífica, con mayor razón si tenemos en cuenta el hecho siempre latente de estar hablando de uno de los conglomerados geográficos más reducidos del país.
El que Armenia, y en especial Calarcá (ciudades cuya rivalidad sería caricaturizada por de Greiff en los Oficios y mesteres de Beremudo el lelo) se conviertan en centros literarios de importancia en el Caldas de la primera mitad del siglo XX continúa siendo un fenómeno que inquieta a la intelectualidad quindiana. Algunos románticos se inclinan por encontrar en el paisaje y las condiciones de la tierra un verdadero crisol para la exultación del espíritu y el perfeccionamiento individual. Recuerdan los nombres de Segundo Henao y Luis Arango Cardona, dos figuras ligadas a la historia de las letras en el Quindío y a la historia del Quindío mismo en su condición de fundadores. A menos de un mes de su muerte el poeta y educador Jairo Baena Quintero, se refirió al maestro Carlos Mazo como uno de los grandes apóstoles de la cultura quindiana. Dijo:
"Aquí vino un poeta trashumante, nombrado por la secretaría de educación de Caldas como maestro de Escuela, allá por el año 24. Carlos Mazo era de Sopetrán, y la crítica nacional lo puso a la misma altura de Gregorio Gutiérrez González, Epifanio Mejía o Jorge Isaacs, es decir, fue un gigante que pasó por acá. A sus discípulos él acostumbraba a contarles cuentos de hadas, de los hermanos Grimm, de Andersen, de los hermanos Callejas. También les enseñaba a hacer coplitas (...) Así alimentó los espíritus de los niños de aquella época con un gran amor por las artes literarias. De allí surgió un semillero de pequeños cuentistas desde niños. Así nacieron el Maestro Luis Vidales, Baudilio Montoya, los hermanos Jaramillo Ángel, Antonio Cardona Jaramillo, el gran historiador y cuentista Jaime Buitrago y una pléyade bastante grande de escritores y poetas. Carlos Mazo, además de ser un maestro bohemio y mujeriego fue un hombre que entregó todo su entusiasmo al cultivo de las letras en sus discípulos". [1]
Jairo Baena trabajó en un libro dedicado a Mazo [2] en donde incluyó algunos poemas y apuntes biográficos interesantes. En efecto muchos de sus discípulos llegaron a ser valores trascendentales de las letras quindianas. Luis Vidales, Fernando Arias Ramírez, Humberto y Rodolfo Jaramillo Ángel, Rafael Valencia, Baudilio Montoya, Benjamín Baena Hoyos, Eduardo Arias Suárez, Adel López Gómez, entre otros. Gonzalo Uribe Mejía, maestro de escuela en Calarcá, luego famoso bajo el seudónimo de Luis Yagarí como columnista de La Patria, retrató las condiciones culturales del Calarcá de principios de siglo XX en algunas de sus crónicas. En una rememora el ambiente intelectual de la ciudad de los años 20 y 30. Si superamos el sentimentalismo y guardamos las justas proporciones de las cosas, encontraremos algunas condiciones sustantivas que hicieron de la entonces más grande ciudad del Quindío, un conocido espacio de producción literaria.
"En las casas de Calarcá había libros. Doña Pastora Jaramillo, que me hacía dormir en sus rodillas en "El Cafetal" tenía muchos libros de historia y de filosofía. La botica de Eduardo Norris era una librería. La de Jesús Arango Chica, otra. Agustín López, maestro de espiritismo se hundía entre viejos libracos. Doña Ulpiana, la madre de Pacho, tenía los mejores. Pero la biblioteca popular era la de Chepe Espinosa, talabartero. Libros de alquiler y remonta de zapatos. Era un poderoso. Yo era su lector preferido. (...) Guardaba quesos y arepas de chócolo. A la hora de la lectura partía, con su gran uña, y nos daba. Una uña de 20 centímetros, con filo de barbera cóncava. Para dormir, metía la mano en un estuche, para que no se la fueran a cortar (...) Cuando la guerra con el Perú, vino Víctor Andrés Belaúnde a Bogotá como embajador (...) En su casa se hacían ricas tertulias. (...) Una tarde tomando cognac y fumando habanos, la conversación se deslizó hacia el tema de los grandes autores y de su influencia en cada uno de los presentes. (...) Mi silencio impresionó grandemente al señor Belaunde y entonces exclamó: "¿A quién debe, Yagarí, su vocación de escritor? ¿Cuál es su escuela predilecta?". Las gentes de aquel pequeño Ateneo se miraron con malicia, con ironía. Entonces respondía: —Yo todo se lo debo al maestro Espinosa! A nadie más. Sólo debo advertir a su excelencia, que no me refiero a Espinosa, el filósofo, de Ámsterdam, el de la teoría cartesiana. El maestro Espinosa, mi único maestro, fue Chepe Espinosa, el talabartero de mi pueblo—. Todavía se están riendo mis amigos” [3] .
Hay más para decir. Si alguien tiene la suerte de tropezarse con algunas publicaciones quindianas de la época, se encontrará con un grupo grande de jóvenes y veteranos ansiosos por escribir, —grueso que, en lo que a volumen respecta, en la actualidad ha disminuido. Agripina Restrepo de Norris, miembro activa del centro femenil colombiano, fundó y dirigió la revista Numen, publicación cultural con visos feministas. Financiada por la propia señora Norris, Numen fue por años un organismo de vanguardia en el desarrollo de la gestión cultural y literaria del municipio. Dicho sea de paso, Agripina Restrepo de Norris moriría, víctima del olvido y la ingratitud absoluta en un ancianato de la vecina población de Pereira. Resulta curioso que, como sucede con muchas otras publicaciones o textos de entonces, Numen se presentase, no como una revista "caldense", sino más bien como un órgano cultural de "El Quindío.", corroborando una vez más el sentido de autonomía que ya por entonces se afincaba en las mentes quindianas. [4] Además de ilustraciones y muestras fotográficas —hoy de incalculable valor documental— del viejo Quindío, Numen recogió poemas, cuentos, noticias y demás manifestaciones de la cultura de la región. Empero, las condiciones de producción de revistas como ésta fueron harto precarias. La tipografía "Renovación", encargada de la linotipia del magazín, no hizo, en palabras de Humberto Jaramillo Ángel, justicia a su nombre, ya que nunca se preocupó por renovar "maquinas, tipos, chivaletes (sic), y rodillos" [5] . El primer número de Numen describía, no sin algo de exageración, al ambiente literario en Calarcá:
"No obstante ser Calarcá un suelo absolutamente cosmopolita (¡), pues su riqueza y hospitalidad atraen profusamente al conglomerado humano, posee intelectuales de esclarecido linaje, poetas sensitivos y cuidadosos, cuentistas que ya descuellan en la República. Eduardo Norris, devoto de la frase pulida como una custodia renacentista, ha dejado esparcidas en periódicos y revistas nobilísimas páginas; Jaime Buitrago en el cuento significa un valor positivo; en prosa nerviosa y ágil ha esbozado cuadros que bien pudieran servir de prefacio en la literatura vernácula del Quindío; Baudilio Montoya, con sus versos emotivos, semejantes a jirones de alma, luce un prestigio envidiable; Agripina
Restrepo de Norris representa el motor de gran potencia que moviliza el engranaje mental de la ciudad; sus poesías tienen la transparencia de los cristales finos y su prosa es robusta y fuerte, como corresponde a su inteligencia aquilatada y a sus lecturas exquisitas. Iniciados de gran porvenir como Humberto JaramilloÁngel, y muchos otros que serán más tarde los felices continuadores de la obra de la cultura que hoy realizan sus escritores y poetas consagrados." [6] Interesante por su original tono satírico fue El Látigo, revista al servicio de las ideas izquierdistas cuyo lema rezaba: "Ofrecemos a nuestros lectores el nuevo servicio tortugráfico y chirinográfico contratado por esta empresa en todo el país y fuera de él.” Mi revista, publicación Armenia de Onel Márquez Giraldo, respaldada por la editorial de Vicente Giraldo, propietario del más grande almacén de la ciudad, “Vigig”, una especie de mecenas, toda vez que publicó por su cuenta y riesgo un número considerable de obras denoveles escritores. Arturo Serna Osorio, coleccionista de libros, poseedor de una de las más completas bibliotecas de autores quindianos (de alrededor de novecientos volúmenes) [7] , cuenta entre su colección una cifra aproximada de cuatrocientos ejemplares de distintas revistas, según él "la mayoría de un solo número." A esto debemos añadir que Calarcá fue una ciudad marcada por la presencia de un poeta de reconocimiento nacional, Baudilio Montoya. Muchos escritores de entonces tenían el orgullo de contar que alguna vez habían sido sus alumnos, le habían tocado el bastón, habían entrado a su casa o habían tenido la oportunidad de sentarse a "beber" junto a él.
Así, pese a los débiles recursos de infraestructura académica, —no hubo en toda la zona educación superior hasta finales de los sesentas— tal carencia fue suplida con éxito por algunos personajes de inmenso valor cívico. Con sus libros o su apostolado llegaron a ser padres de la literatura en el Quindío. El poeta Elías Mejía (50), —bastante más contemporáneo— nos contaba: "Mi abuela era muy amiga de la esposa del sepulturero de Calarcá. Se llamaba Pastora Vega y era una gran lectora. Ella fue la primera mujer a la que le escuché —por ejemplo— la palabra “adefesio”, que no era muy común entre los jóvenes. Después encontré que tenía una gran biblioteca de literatura francesa. Tenía a Xavier de Montepin y tenía a otra serie de autores franceses y me prestaba esos libros. Yo de su biblioteca leí por ejemplo, “El médico de las locas”, “La panadera”, “La cuerda al cuello” y un libro muy importante para mí (inclusive fue por ese libro que quise ir a conocer Francia), “Los misterios de Paris.” [8] MENSAJE, REVISTA LITERARIA DE LOS CINCUENTAS BAJO LA DIRECCIÓN DE HUMERTO JARAMILLO ÁNGEL
Ella me inició en una edad muy temprana en una literatura muy agradable que me hacía despreciar esto. Yo encontraba mayor riqueza, mayor vistosidad, mayores aventuras. Me parecía prosaico este mundo calarqueño en comparación con lo que encontraba en las enciclopedias del colegio y en la biblioteca de Doña Pastora Vega, la esposa del sepulturero de Calarcá." Una crítica frecuente, emanada de las nuevas generaciones de escritores quindianos apunta hacia la ampulosidad retórica, la excesiva puntuación, el eterno retorno a lugares comunes y la sacralización exacerbada de las costumbres y valores locales presentes en algunos autores, en particular en la narrativa de los hermanos Jaramillo Ángel. Esta resistencia se basa en el argumento de que su literatura recae consuetudinariamente en terrenos comunes como el machete, la palma de cera o las montañas, y que este costumbrismo, más que tardío, resulta anacrónico. Un detractor estilístico del joven Jaramillo Ángel decía así en los 30: "Dice (...)Jaramillo muchas cosas, pero muchas cosas malas, es decir, ni sal ni dulce, como todo lo que este pisco ha hecho lo que hace que empezó a escribir bobadas." [9] Es una exageración referirse al escritor calarqueño, miembro —entre otras— cosas de la Academia de la Lengua, en tales términos. Para entrar en este tipo de consideraciones tendríamos que partir de una apropiada contextualización en sus condiciones culturales. Queda la pregunta de si esos sentimientos de animadversión intelectual estén motivados por una brecha generacional o por reales disquisiciones conceptuales. Aparte de los anecdotarios Viaje a la aldea y Calarcá en anécdotas, homenajes a la ciudad de antaño, la obra de los hermanos Jaramillo Ángel es en su mayoría cuentística. Para cualquier investigador razonable es evidente que los sentimientos regionales suscitan lugareñismos e interpretaciones indulgentes de la complejidad representada en un pueblo. Si evaluamos las cualidades literarias de tales obras y su relación con el Quindío debemos reconocer que su carácter insular les otorga la virtud de presentarnos la visión del entorno desde la perspectiva de un calarqueño común, aporte valioso. Humberto Jaramillo Ángel no era un aristócrata ni una figura distante para sus coterráneos. Muchas veces se le veía hablando de literatura en diferentes cafés del marco de la plaza, con la camisa manchada de tierra por las actividades agrícolas del día. No estamos reseñando a un Ruydard Kipling, para quien la selva —pese a ser el espacio principal de su literatura— constituía un ingrediente lejano a su experiencia. Los cuentos reunidos en el volumen Regreso del viento traen consigo buenos ejemplos de lo anterior. Uno de ellos, Antes de la lluvia es la historia de un hombre que con estoicismo debe resignarse al ímpetu irrefragable del clima sobre su vulnerable humanidad. Muy a la manera del realismo rural de Horacio Quiroga, un campesino muere ahogado bajo un roble, justo después de ver cumplido su anhelo de la llegada del invierno, a manos del invierno mismo. REGRESO DEL VIENTO
Encontramos en Jaramillo a un hombre que en vista de sus posibilidades y virtudes habló de su tierra y su vida, y obtuvo alguna medida de reconocimiento a partir de esa literatura. Adel López Gómez, su amigo personal anotaba: "... habitante cotidiano de su pueblo, inadaptado en él y en él cautivo desde la infancia hasta la madurez (..) se mantiene no obstante dentro de una zona recelosa que es su reducto subjetivo (...) Jaramillo Ángel en Calarcá está siempre en guardia, desazonado, maldiciente, como si le poseyera el rencoroso sentimiento de frustración de no haber abandonado nunca el pueblo natal. De ser allí, a pesar de todo, una especie de forastero o de incomprendido..." [10] Hablar de la historia de la literatura del Quindío en ese momento es hablar de autodidactas. De meritorios hombres que a pulso y con esfuerzo fueron formándose, más por devoción que por dinero. Alguna vez, Fernando Arias Ramírez respondería con vigor ante ciertos versos que a guisa de burla le había escrito Eduardo Norris: “Dice un verso de Don Eduardo: “Fue un desastre la vida de este pobre sastre;” frase esta algo mohienta por el manoseo del vulgo que el buen versificador recogió del suelo inocentemente para arrojarla como un pedrusco sobre la cabeza erguida y pensante. Esto es una torpe equivocación, porque la vida de Fernando Arias R. no ha sido un desastre, ni decirle sastre a un hombre puede ser otra cosa más que el reconocimiento de un mérito. Tal vez Don Eduardo ignora que Fernando Arias antes de ser sastre había sido agricultor, arriero y zapatero. Y nótese la trayectoria ascendente de una vida que principia sobre la rudeza del surco para llegar en cortos años a saber lo que no sabe ni llegará a saber Don Eduardo”. [11] Caso opuesto el de hombres como Eduardo Arias Suárez, cuya formación en Europa como odontólogo, privilegio entonces —y aún ahora— de minorías, le permitió una visión comparativa de su entorno y una sobresaliente combinación entre narrativa costumbrista y psicológica. Muchos coinciden en que la historia no ha hecho justicia a las virtudes creativas de este escritor, hoy virtualmente desconocido. Sobrino de Alejandro e hijo de Jesús María Suárez¨, dos fundadores de Armenia* y de Vicente Suárez, poeta fallecido a la edad de 24 años en Pereira, pertenece a la primera generación de armenios de nacimiento. Tras fundar los periódicos El pequeño liberal y El Quindío y según Adel López Gómez por haber tropezado con "la insipiencia del ambiente" [12] , viaja a Bogotá para vincularse al diario "El Tiempo", con lo que inició su labor de cuentista. Al momento de su muerte alcanza más de ciento cincuenta narraciones publicadas. La prestigiosa Biblioteca Aldeana de Samper Ortega en los años 30 seleccionó su novela corta Envejecer como parte de su colección Evaluando la obra de Arias Suárez, Horacio Gómez Aristizábal escribe: "Muchos críticos lo repiten: El mejor cuentista de Colombia nació en el Quindío y se llama Eduardo Arias Suárez. Sus cuentos hay que leerlos tres y cuatro veces. La difícil técnica de relojería en Arias Suárez, no es obra de generación espontánea o de la inspiración inconsciente. Es algo pacientemente trabajado." [13] BAJO LA LUNA NEGRA
Algo doloroso es que —pese a la innegable calidad presente en ella— su producción cuentística sea virtualmente desconocida para las generaciones recientes. No es, sin embargo, inexplicable, pues hace ya dos decenios que no se reedita ninguno de sus trabajos. Su novela Bajo la luna negra, de algún modo autobiográfica y de declaradas tendencias sicológicas, salió a la luz pública cincuenta años después de su culminación, gracias a la iniciativa del escritor Gustavo Páez Escobar. El depositario de la obra era Adel López Gómez, discípulo cuentístico de Arias Suárez y descollante autor quindiano. Desde sus columnas en el periódico La Patria, López Gómez propugnó infructuosamente por su publicación. Luego de complicadas gestiones con la viuda del autor, Susana Muñoz de Arias, el comité de Cafeteros del Quindío consiguió editarlo para bien de las letras nacionales. Algunos críticos y pensadores serios llegaron entonces a compararle con emblemas inobjetables de la literatura colombiana. Constantino Plá, seudónimo empleado por Arias Suárez, acusa una extrema sensibilidad y un alma tierna escondida tras un, a los ojos de quienes le conocieron, adusto semblante. Lo que resulta paradójico de su trabajo es que en Bajo la luna negra aparezca una renunciación a esta grandeza cosmopolita de la que él, en algún momento, resultó beneficiario. En 1929, refugiado en una humilde casa de la Guyana Venezolana, cerca de una cárcel, durante un difícil año, Arias Suárez combina sus labores como odontólogo y escritor y empieza a trabajar en la novela. Podemos hablar entonces de la aceptación final de los valores vernaculares de la tierra como una opción de escritura valiosa. El carácter contradictorio con el que Constantino aborda el oficio de hacer arte en zonas como el Quindío nos produce desconcierto cuando (a pesar de su rechazo hacia el lenguaje campesino) le oímos decir: "Cree la gente que para hacer obra grande precisa abordar asuntos grandiosos, y sin genio muchas veces nos dan aquellas obras enigmáticas que el esnobismo y la falta de sinceridad consagran en seguida. Y nadie, pero nadie, tiene el suficiente valor para opinar por su cuenta y ponerse en contradicción con todo el mundo. Por eso imitamos humildemente las pamplinas que se fabrican en Francia, sin comprender que en nuestro gran mundo inviolado hacen nube los motivos y las maneras para hacer obra propia." [14] Estamos de acuerdo, maestro Arias Suárez.
[1] En entrevista concedida al autor el 22 de Noviembre de 2000 en la ciudad de Armenia
[2] Baena Quintero, Jairo. Un Clamor de la tierra. Carlos Mazo –“Alma y paisaje”. Calarcá: Fondo mixto para la promoción de la cultura y las artes del Quindío. 1999.
[3] Uribe Mejía, Gonzalo. Crónicas de Luis Yagarí. Manizales: Biblioteca de autores caldenses. 1974. 195
[4] Véase Restrepo de Norris, Agripina. “Nuestras aspiraciones”. Numen. 1. 1 (1932): 5
[5] Jaramillo Ángel, Humberto. Viaje a la aldea. Armenia: Editorial Quingráficas, 1983. 74
[6] Duncan, Macario. “Calarcá en 1934” Numen. 31.1 ( 1934): 8
[7] Véase Serna Arturo. Relación bibliográfica de autores quindianos. Armenia: Centro de documentación del Museo Quimbaya.
[8] En entrevista concedida al autor el 21 de Noviembre de 2000 en la ciudad de Calarcá
[9] Rodríguez, Thomas y Jota Eme González. El látigo. No 35. 2 (1933) 2
[10] López Gómez, Adel. El Costumbrismo. Manizales: Biblioteca de Escritores Caldenses, 1959. 61-62
[11] Arias Ramírez, Fernando. “Una diversión inocente y peligrosa”. Publicado en: El Clarín. 12 de Agosto de 1933.
¨ Véase Libro de bautismos número2. Folio 20, Número 1. Catedral la Inmaculada: Armenia.
* Según el testimonio de Arsenia Cardona, viuda de Ocampo, la esposa de "Tigrero", en entrevista realizada el 26 de Septiembre de 1938 los Suárez llegaron a Armenia unos tres años después de su fundación. Véase Valencia Zapata, Alonso. Quindío histórico, monografía de Armenia. Armenia: Imprenta departamental de Caldas, 1963. 112
[12] López Gómez, Adel. El ABC de la literatura del gran Caldas. Armenia: Universidad del Quindío, 1997. 30
[13] Gómez Aristizábal, Horacio. Lo que el Quindío le ha aportado a Colombia. Bogotá: Editorial Kelly, 1988. 28
[14] Arias Suárez, Eduardo. Bajo la luna negra. Armenia: Ediciones Comité de Cafeteros del Quindío -Quingráficas, 1980. 233